Capítulo I: Prólogo

No son historias... son pequeños archipiélagos que se desplazan por el mapa de mi vida, distribuidos en el mar y el océano, en las mesetas y en las montañas, en el cielo y el infierno.
Cuando llegó a mi precaria existencia yo era sólo un terrón de arena. Estaba constituida de pequeños granitos salados y dulces mi pequeña supervivencia cotidiana. Y ella llegó tan plácida y tranquila como un conquistador que reclama su tierra a un par de indios ignorantes de leyes sociales. Fue fácil... llegó, hizo notar su presencia todopoderosa y clavó su bandera idolatrada. Su mirada fue sutil, tan sobria, penetrante, hiriente y encendida como la de un felino en una jaula, que conecta con la mirada de la gente que desde afuera lo observa con fascinación voyeurista. Sin embargo... la tristeza.
El misterioso brillo opacado de sus ojos hablaba mucho de penas pasadas. Había algo secreto en sus pupilas que hizo funcionar en mi interior un aluvión de intuiciones inquietantes sobre ella. Presagios sobre el perfume de su piel, la textura de sus poros, el sabor de sus labios, la serenidad de sus caricias. Y cuanto más constante y trémula era su mirada, más deseo de sentirla dentro de mí me producía. Pero al mismo tiempo, la punzada... esa que me atravesaba el corazón como una angustia antigua y nueva que me rememoraba una pérdida infantil. La pérdida estaba grabada a fuego en el mismo destino lúdico que nos había hecho cruzar.
Sólo Dios sabe cuánto quise ocultar mis sensaciones y anhelos guardados durante tanto tiempo, que en ese momento pujaban por salir al exterior para ser materializados con ella y no con la persona que me acompañaba entonces y que se autoproclamaba como el amor del resto de mi vida.
Así llegó, así se fue... pero para eso faltaba toda una vida de dos años. Una vida repleta de sensaciones, de acercamientos y lejanías.
Habría que remontarse mucho en el tiempo para comprender cómo se constituyen los actos actuales de una persona y mi intención en este momento, querido lector, que has encontrado este libro en tus manos por una razón tal vez sin explicación, no es hacer una tesis de la personalidad de Estefanía.
Estefanía, que así se llamará frente a tus ojos y que así identificaremos para que no sólo yo sepa de quién estamos hablando. Nombre de princesa. Actitud de realeza. Siempre altiva, siempre mirando desde su trono a los súbditos que reconfortan sus caprichos y deseos. Pero hay algo que todos sabemos o inventamos para humanizar un poco a la sangre azul, y es que las princesas y las reinas, en el fondo, son tan vulnerables y taciturnas que el traje real les queda
grande. Nunca nos creemos los dotes de la realeza. “Seguramente tiene un gran complejo de inferioridad” – nos sopla nuestra mente, al mismo tiempo acomplejada por estar frente a tanta grandiosidad.
Ella no lo tenía. O era tan minuciosamente confeccionado su disfraz que nadie podía ver que lo llevaba puesto. Desde sus ojos, disparados como flechas por el arpón de sus pupilas diáfanas como el embrujo de otros tiempos, hasta sus pies, gobernando anárquicamente la tierra que pisaba con solemnidad, con actitud de dueña, todo en ella era poderoso, temeroso y peligroso.
Si les gustó, tengo más...