Me dolía la muñeca. Me había hecho el nudo demasiado fuerte y la postura no me dejaba aflojarlo. También me dolía el tobillo izquierdo, pero eso era porque el cinturón que estaba usando tenía los bordes de cuero rígido. Oí sus pasos por la escalera, cómo cerraba la puerta y cómo colgaba la chaqueta en el perchero del recibidor. Mi respiración era cada vez más agitada. Me di cuenta justo entonces de que todavía podía intuir alguna forma a través del pañuelo que tapaba mis ojos. Pero no quería abrirlos. No quería ver nada.
Carraspeó mientras se acercaba al dormitorio. Y eso que le hice prometer que no escucharía su voz. Pero carraspeó. Y eso me puso a cien. A mil. Sentí cómo su mirada recorría mi cuerpo mientras se desnudaba al lado de mi cama. Me llegó su olor: el de su ropa recién lavada y el de su cuerpo mezclado con ese perfume. Oí cómo dejaba la ropa encima del sillón. Y cómo se descalzaba. Se acercó. Mucho.
Su cara se puso a pocos milímetros de mi boca, que respiraba más agitada que nunca. Yo parecía una yegua desbocada, llena de miedo y excitación, de morbo y pánico. Su olor me enloquecía. Su aliento era cálido, con trazos de alcohol. Quería que me comiera la boca. Quería sentir su cuerpo. Pero sabía que no podía tocarme. Que no debía besarme. Todo eso había quedado claro en el chat.
Abrió el bote del que ya le había advertido, y que yo cuidadosamente había dejado a los pies de la cama. Se me erizó el vello de todo el cuerpo. Empezó por la cara. Se untó el dedo índice de la mano derecha y recorrió todo mi cuerpo con trazos seguros, lentos, mientras me arqueaba y retorcía bajo su contacto. Era un dedo fuerte, ancho, que sabía moverse bien entre mis pezones, mis ingles, mi ombligo, mi sexo, mis pies... Se saltó un par de veces las normas. Pero no me importó. Las normas están para eso, para marcar un camino pero nunca para limitar el placer. Y la mujer del dedo fuerte y cálido supo cómo dármelo en el momento adecuado, cuando mi muñeca derecha estaba ya a punto de separarse del resto de mí.
Oí cómo se lavaba las manos, cómo cogía la polaroid. Click.
El mismo dedo que le dio al botón fue el que luego se acercó a mis labios y los selló con un beso impreso en su yema. Me desató la muñeca derecha, se vistió y se fue.
Esta vez la frase que recorría mi cuerpo era de un poeta inglés. Siempre les dejo libertad para que escojan el texto. Debo reconocer que hasta la grafía era sexy. Y el color, como siempre, el azul turquesa.
El mismo color que usaba mi amiga cuando de pequeña me enseñaba cómo se escribían las partes de mi cuerpo.
Con su dedo. En mi piel.
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Sección: 6ª Temporada, Eyes |
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