Carreteras al cielo

Cuando llego al pueblo subo corriendo al granero para ver a mi chica. Hace el fresco de media tarde, las vecinas saludan a mi paso y yo corro por la calle Avempace. Arriba todo anda quieto, ninguna es más bonita que ella, pienso, y nos miramos calladas. Parece retarme medio apoyada en la pared, mientras una tenue luz traspasa las cortinas de saco. Esta vez, y tras casi un año sin verla, no puedo contenerme más y la monto allí mismo, sobre la rubia paja. Es un momento delicioso. Poco después, al caer la noche, bajamos al patio. La pongo boca arriba y la unto de aceite repasando uno a uno sus recovecos que ya me parecían olvidados. Su fina piel brilla bajo la luna, me deja tocar sus curvas y sus ángulos rectos, sus llanuras y sus montañas.
Nada es más emocionante que irme con mi chica. Al subirme encima de ella noto que vuelo. Es un sentimiento tan excitante, más que atrevido; orgásmico, un vértigo maravilloso en la boca del estómago. Está entre mis piernas y en mi sexo cada uno de sus movimientos me produce un fuerte estremecimiento. Luego me lleva a lugares donde nunca he estado y suelo pensar que nunca nadie ha llegado, o por lo menos no con la misma intensidad. La abrazo, nos movemos cada vez más rápido y en el cenit de nuestra velocidad ella dibuja un arco en la corteza de la tierra, y en ese momento yo podría tocar el cielo con una mano y el suelo con la otra. Sentirla tan cerca, rodeándola, brazo con brazo, mano con mano, agarradas las tengo, pie con pie, cintura con cintura. Por unos segundos creo que somos una misma, fundidas en un solo ser. Después del esfuerzo bebo el agua de su vientre, caliente tras el ejercicio. Nada más bajar de ese pedestal todo parece ir a cámara lenta, las piernas no me responden, el mundo se para. Caminar a ras de suelo me parece una tortura.
De vuelta a casa paseamos por el pueblo y la gente nos observa. Sé lo que piensan; demasiado peligroso, pero no me importa. Un hombre se acerca y mira a mi chica de arriba abajo, una pizca de envidia en sus ojos me hace sonreír:
- Menuda bicicleta de carretera llevas.
Sin duda, ninguna es más bonita que ella, vuelvo a pensar, pongo un pie en el pedal y me despido. La acojo entre mis piernas y la mezo entre mis brazos, pocas calles más allá el vértigo de correr con mi chica regresa de lo desconocido.

Nine Simone