Cosas que contar

Coñolandia se divide en miles de ramificaciones, cada una lleva a un mar de personas que se balancean en ellas al construir sus historias, otras, vacías de cuentos, esperan con esperanza, que alguien les susurre por momentos un sueño.
Hoy me he sentido ridícula, infinitamente absurda. Me he puesto a llorar viendo Tarzán y no sé qué pensar. Tal vez será que estoy asquerosamente enamorada. O quizá no, puede que me equivoque.
Soy de las que siempre han pensado que las cosas son así, porque sí, que no hacía falta darle más vueltas, ni buscar en la herida de nuevo para ver si dolía más. Aunque últimamente solo hago que contradecirme, quiero pensar que todo tiene un sentido, que las cosas suceden porque algo o alguien dibujó en esas ramificaciones que sería así, cuestionable, pero de esa manera.
Y es que parece que esté empeñada en querer ver el mundo desde otra perspectiva, como si la cosa no tuviera que ir conmigo, no consigo acostumbrarme a esto de estar enamorada. Estallaría de felicidad a ratos y otras veces, ni siquiera me quedan fuerzas para mirarla.
Será que la edad del pavo me atonta. Será que la primavera me vuelve subnormal.